La vida que hubo antes del corona-virus, quién no la recuerda, la vivíamos confiados y con la normalidad que habíamos establecido como usual, o normal, y nos gustaba.
Ahora, corona-virus nos ha obligado a comportamientos extraños. Yo, y supongo que la mayoría de personas, salgo a la calle a hurtadillas, como si fuera un ladrón, escondiéndome, huyendo de la posibilidad de tropezar con él, de sopetón, y se fije en mí. Con miedo.
Con miedo seguimos cuando, por necesidad, tenemos que relacionarnos con personas, amigas desde siempre, temerosos de que la amistad no sea un buen antídoto contra el virus. Joder, qué cosas.
En estos días de Navidad y Año Nuevo, que siempre habían sido fuente de saludos y abrazos, ahora, el abrazo está prohibido y el saludo, si lo haces, tiene que ser con al codo. No conozco nada que reconforte más que un abrazo de un amigo/a cuando te sientes apretujado. Joder, qué cosas.
No conozco las necesidades, ni el pensamiento, de mis amigos, que imagino como los míos, pero necesito, con urgencia, comenzar a saludar, abrazar y, por qué no, a besar.
En el fondo, tengo que decirlo, lo que más me repatea es que un bicho tan pequeño, microscópico, nos quite la vida, nos amenace, no nos permita nuestra vida de siempre y, además, tenga acongojado a la Humanidad, 8.000 millones de personas.
Tengan un hermoso día.